Paul Simon compuso una de las más tiernas canciones de los años setenta y la hizo famosa en todo el mundo cantándola a dúo con Art Garfunkel. Detrás de un título impresionante “Los sonidos del silencio” (The sounds of silence) se esconden ideas que merece la pena recordar…
“En la luz vi diez mil personas o más, la gente hablaba sin comunicarse, la gente oía sin escuchar.
La gente escribía canciones que nadie escucharía y nadie rompía el sonido del silencio (…)
Y la gente se arrodilló y rezó al dios de neón, Y la señal de neón emitió su mensaje….”
En el desierto
Un canto a la soledad y al silencio, para salir de lo estridente y lo psicodélico, las luces de neón, de las cosas que nos entran por los ojos, el atractivo de lo que no tiene valor. Para escuchar la voz de Dios tenemos que dirigirnos temporadas al desierto… silencioso y reflexivo desierto.
El cuarto de los Cinco Libros de Moisés es llamado comúnmente Números, porque comienza con un censo del pueblo de Israel, pero en hebreo es conocido como Bamidbar, que significa literalmente: “en el desierto”. Es fascinante notar que la raíz de la palabra hebrea para “desierto”, midbar, ( מידבר ) es daber, ( דבר ) que significa “hablar”, y uno de los temas recurrentes de este libro es justamente la lucha -los diálogos y debates- permanente por el liderazgo que tuvo lugar durante los cuarenta años que los judíos deambularon por el desierto.
Pero paradójicamente, cuando uno se imagina un desierto, piensa usualmente en una enorme, árida extensión de penetrante silencio. Jacob, Moisés y David eran líderes del pueblo judío que cultivaron su potencial innato de líderes mientras cuidaban sus rebaños en el silencio meditativo del desierto. También muchos profetas encontraron el silencio del desierto como un ambiente perfecto para la experiencia profética.
Una alusión al silencio que precede y lleva al potente discurso de un líder está contenida en la palabra más misteriosa de la Biblia, jashmal, utilizada por el profeta Ezequiel para describir su pasmosa visión de la carroza:
“Y miré y contemple un viento tormentoso viniendo del norte, una enorme nube y una llamarada de fuego y un resplandor había por encima, como jashmal, saliendo de en medio del fuego.”
Jashmal se traduce a menudo como el “color del electrum” o el “color del ámbar”, pero los sabios entienden que no era sólo un color sino una energía, y por cierto el hebreo moderno lo traduce como “electricidad”. Dividiéndola en sílabas produce dos conceptos contrapuestos: “silencio” (jash) y “palabra” (mal). Esto sugiere que el estado del habla rectificada viene precedido de una preparación meditativa tranquila en silencio. En un nivel más profundo, está describiendo un estado simultáneo de “silencio” en el hablar y de “hablar” en el silencio.
La idea de la palabra en el silencio es ilustrada en la vida de otro profeta, Elías. Huyendo de la ira del Rey Ajab y su esposa Jezabel, cuyas sendas malvadas había condenado, Elias llegó al desierto del Sinaí. Fue allí que tuvo un encuentro con Dios, descripto en un inolvidable pasaje del Libro de los Reyes:
Y he aquí, que Dios iba pasando y un grande e impetuoso viento rompía los montes y despedazaba las piedras ante Dios, pero Dios no estaba en el viento. Y luego del viento, un terremoto, pero Dios no estaba en el terremoto. Y después del terremoto, un fuego, pero Dios no estaba en el fuego. Y después del fuego, una voz suave y silenciosa. Y cuando Elías la oyó cubrió su rostro con un manto y salió y se paró en la entrada de la caverna. Y luego una voz le dijo: “¿Qué estás haciendo aquí, Elías?
Esta voz “silenciosa” es la manera en que Dios le habla a cada uno, de acuerdo a la preparación que tenga para escuchar Su mensaje personal.
La experiencia de Elías con la voz suave y silenciosa de Dios ocurrió en el desierto, un lugar donde Dios, en muchas ocasiones, Se revela al líder en potencia, a veces desprevenido. Este es el lugar donde el líder se enfrenta por primera vez con la tarea que tiene por delante, la misión que es exclusivamente suya.
Conceptualmente, el desierto representa el espacio mental donde la chispa de liderazgo, aletargada dentro de cada uno de nosotros, tiene la oportunidad de crecer a pesar del entorno desfavorable, como una planta en el desierto. Allí se encuentra una atmósfera natural de separación y aislamiento, que brinda espacio para la contemplación y la meditación, el silencio necesario antes de que el líder sea revelado, primero a sí mismo y a Dios, y sólo después a su pueblo.
El fenómeno de un futuro líder experimentando un período de “letargo” o “silencio”, ingresando más tarde en su rol, está presente en alguna medida en las historias de casi todos los héroes bíblicos, sobre todo en Moisés y David. Sus historias ilustran una importante faceta del liderazgo, el llamado a la acción. Dios busca un líder para Su pueblo y lo desafía a liderarlo.
En el caso de Moisés, el diálogo frente a la zarza ardiente se considera como el ejemplo supremo de Dios designando a un individuo que se resiste en principio a asumir un rol de líder.
“Ahora ve, te estoy enviando al Faraón, y traerás a Mi pueblo, los hijos de Israel, fuera de Egipto”. Moisés le dijo a Dios: “¿Quién soy yo que debo ir al Faraón? ¿Soy capaz de sacar a los hijos de Israel de Egipto?”
Esto, justamente, apunta a una paradoja más: el prototipo de líder es una persona introvertida, que por naturaleza reniega, en su timidez, de tomar un rol central en la escena. Y es precisamente este tipo de personas que no buscan la fama o la gloria a quienes Dios elige para liderar. Cuando comparamos este modelo de liderazgo con el de la sociedad moderna nos llenamos de sorpresa. Hoy en día, se busca estudiar ciencias políticas para liderar, o ingresar a la política como profesión, perfeccionando aquellas habilidades que permitan competir en el mundo del dinero y el poder. El liderazgo es una responsabilidad que uno debe asumir, pero nunca como un medio para satisfacer una necesidad de dinero y auto engrandecimiento.
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