Gén 1:26 Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra.
Una de las explicaciones que se han dado de este versículo, es la que relaciona la palabra Tzelem (imagen) con el aspecto y expresión del rostro, y el término Demut (semejanza) con la forma corporal del hombre, que es similar a la de los demás seres terrestres; pues el hombre se aparenta por su cuerpo a las otras criaturas y, por su alma, a los seres superiores”. En efecto, lo que mejor refleja la imagen de Dios es el rostro del hombre santo y justo, lleno de sabiduría, bondad y amor. Su grandeza de ánimo llena de gracia sus rasgos; su inteligencia ilumina su mirada y la llama que arde dentro de el, confiere a todo su ser el resplandor radiante que inspiró al salmista las siguientes palabras:
” Lo hiciste un poco menor que los ángeles,° Lo coronaste de gloria y honor.(Salmo 8:5)”
El hombre ha sido creado a imagen de Dios en la medida en que lleva dentro de sí una chispa del Espíritu Divino: gracias a esta chispa, el hombre es “único abajo, del mismo modo que Dios es único en lo alto; es el único ser de abajo en conocer el bien y el mal pues, entre todas las criaturas, sólo él posee el libre albedrío. Por consiguiente, tiene la capacidad de dominar la materia con su espíritu. Gracias a la chispa Divina, su alma es inmortal y enciende en él la luz de la inteligencia que le permite conocer a Dios, amarlo y unirse a El.
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