Isaac tuvo a Esau, quien cometió toda clase de aberraciones, incluyendo el robo, el homicidio y el libertinaje moral. No obstante, quería heredar ambos mundos. Cuando Dios ordenó que las bendiciones correspondían sólo a Jacob Esau comprendió que sus designios no se verían cumplidos, que tanto la primogenitura como las bendiciones habían sido concedidas a Jacob. Humillado, se marchó a la tierra de Seír, pero nunca abandonó la esperanza de convertirse en heredero de su padre. Por el contrario, se nutrió de un odio eterno hacia su hermano, un odio basado en los celos, y jamás dejó de pensar que la herencia de Isaac algún día sería finalmente suya, mediante el engaño y no por derecho propio.
Esau comprendió que no lograría destruir a Jacob, pues El Guardián de Israel no dormita ni duerme (Salmos 121:4); por lo tanto, ordenó a sus hijos que se hicieran cargo de su venganza. Algunos de ellos abandonaron la esperanza de lograrlo, ya que se decían a sí mismos: “Nunca lograremos prevalecer sobre quien es protegido por el Rey del Universo. Nuestros propios bienes nos bastan y no abrigamos deseos de recibir el legado de Abraham e Jacob, ni sus obligaciones, ni sus derechos”. Así, se apartaron del camino de Abraham e Jacob, eligiendo vidas marcadas por una perversión incesante.
Entonces surgió un miembro vil de la familia de Esau: Amalék, un descendiente de origen despreciable, hijo bastardo y perverso, ruin y degenerado, pérfido y depravado, quien se acercó a su abuelo y le dijo: “No temo a Dios. No me avergüenza tu conducta ni la mía. No honraré los actos de los justos; aborrezco a ellos y a sus acciones. ¡Mías son la grandeza y la fortaleza! Libraré una guerra contra los hijos de tu hermano, quienes han heredado la grandeza que te pertenece. Lucharé contra ellos de frente y tendiéndoles emboscadas. Daré muerte a los rezagados y masacraré a sus más grandes figuras, hasta destruirlos a todos por completo”.
Mientras aún quedaba un vestigio de decencia en Esau y en sus hijos, adquirida en la casa de Abraham e Issac, no deseaban destruir la bondad y el esplendor que había en el mundo. Pero cuando nació este hijo, la encarnación misma del mal, sin nada de la fuente de la pureza, encontramos que: Y vino Amalék y luchó contra el pueblo de Israel… (Exodo 17:8).
Por eso, en el Futuro Venidero, todas las naciones del mundo que transitaron la senda del mal abandonarán sus conductas perversas y buscarán protección bajo las alas de la Divina Presencia (Shejiná); pero Amalék, carente de vestigio de decencia alguna, en quien todas sus acciones están encaminadas hacia el mal, su fin será la desaparición: Porque alzó la mano contra el trono de Dios, habrá guerra del Eterno contra Amalék de generación en generación (Exodo 17:16).
Y esto continua hasta nuestros dias.