Fuente Torah.org
¿Qué es el alma? La naturaleza intrínseca del alma en su estado no corporal, está más allá de nuestra comprensión, mientras vivamos en este mundo.
El alma se origina más allá de este mundo, mientras que nosotros nos hallamos en él, siendo nuestras mentes y patrones de comprensión también mundanos. Dado que los poderes del alma son disminuidos al entrar a este mundo, no podemos conocer respecto de su naturaleza intrínseca a partir de la manera en la cual ella se nos aparece.
Del alma suele decirse que es “eterna,” “espíritu Puro”, etc. Pero sólo nos es posible tener una vaga noción de lo que esos términos realmente significan.
“Lámpara del Señor es el alma del hombre, que escudriña todos los rincones del cuerpo.” (Proverbios 20:27).
Como hemos visto, la Divinidad es llamada,, metafóricamente, luz. El alma es llamada “lámpara,” pues es una pequeña chispa de la luz de Dios, “una parte del Dios de arriba” (Job 31:2). En su esencia intrínseca, el alma es parte de Dios: se halla, en última instancia, enraizada en la unidad perfecta de Dios. Pero es voluntad de Dios dar al alma una existencia independiente y separada con la finalidad de probarla y permitirle retomar a El, fundiéndose entonces en Su unidad a un nivel más elevado aún. Este es el destino último del alma. Tal como una vela se eleva para unirse con un fuego mayor, así el alma anhela retomar a su Fuente.
Este oscurecido mundo, al cual es enviada el alma, es un “vientre,” un lugar de desarrollo y crecimiento. Es una preparación para el eventual “nacimiento” del alma ámbito espiritual superior. Ambito al que asciende luego de la muerte del cuerpo. Con el fin de proveer las condiciones necesarias para la prueba, este mundo fué creado como un, lugar bien diferente del ámbito espiritual eterno. Y dado que este mundo es físico y temporal, el alma sólo puede habitar en él dentro de un cuerpo físico y temporal, con sus propias, necesidades y deseos. Y ésto es lo que crea las condiciones para el desafío del alma.
Para poder cumplir con su trabajo espiritual, el alma necesita del cuerpo como vehículo para operar en y sobre el, mundo físico y finito. El cuerpo se halla espléndidamente diseñado para cumplir una interminable cantidad de actividades. Usando el cuerpo como un medio, el alma es, capaz de formar estructuras, en el mundo físico, que revelen la Divinidad oculta bajo la superficie.
Pero el cuerpo es de este mundo, y a los efectos de su supervivencia, tiene variedad de necesidades materiales propias. Es posible satisfacer todas las necesidades reales del cuerpo de una manera pura y santa, y de hecho, el propósito del alma es hacer ésto, como de un medio para manifestar la soberanía de Dios. Pero, satisfacer nuestras necesidades físicas básicas, como alimento, vestimenta, refugio, procreación, etc., conlleva una cantidad de actividades que consumen tiempo, y cantidad de relaciones que pueden distraernos y alejarnos con facilidad de nuestros objetivos espirituales.
Para intensificar aún más el desafío del alma, el cuerpo se presenta como fuente de un conjunto de atracciones materiales y de deseos que van más allá de lo necesario para sobrevivir. Y éstos no sólo le impiden al alma cumplir con su misión, sino que pueden llegar, incluso, a alejarla de ello por completo.
¿Qué comida, y en qué cantidad, es necesaria para una buena nutrición? ¿Cuándo es que el deseo de comer se vuelve excesivo? ¿Cuánto necesitamos dormir y cuánto nos gusta ser perezosos? ¿Hasta dónde el trabajo es en pro de una vida decente y una genuina seguridad, y cuándo se toma una carrera obsesiva detrás de fantasmas? ¿Cuándo el deseo sexual es natural y deseable, y cuándo se vuelve una pasión que desborda la mente y destruye la vida? ¿Hasta que punto una persona debe ser obstinada y hasta dónde la persecución de los propios intereses y legítima autodefensa se transforman en hambre de poder y agresión? Y más y más…
En todas las áreas de la vida material, la frontera entre lo que es necesario y lo excesivo, es muy vaga. El cuerpo por naturaleza, se deja arrastrar más y más, sobrepasando el límite. Las tentaciones materiales del entorno, y nuestra urgencia interior para ir detrás de ellas, oscurecen el “vientre,” es decir este mundo, perturbando sus intrincados pasajes con toda clase de trampas, obstáculos y callejones sin salida.
La tarea del alma, la “lámpara de Dios,” es hacer brillar la luz y la sabiduría Divinas en estos pasajes, para distinguir así entre lo que es bueno, necesario y benéfico, de aquello que es excesivo, dañino y maligno.
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