En la Edad Media se creía que la diosa Venus vivía con su corte en una caverna de una montaña, Venusberg, cuya localización era mantenida en secreto para que los humanos no se acercaran, ya que el acceder a ella supondría su perdición. Hoy en día se identifica esa montaña con el Hörselberg, en Turingia, muy cerca de Eisenach, la ciudad alemana en la que nació Johann Sebastian Bach.
Cuenta la leyenda que Tannhäuser, un poeta que vivió realmente en el siglo XIII y de cuya biografía se conocen muy pocos detalles, entró en esa montaña y pasó allí un año de lujuria desenfrenada con la diosa, contraviniendo sus votos caballerescos. Arrepentido de su comportamiento, fue en peregrinación a Roma para pedirle la absolución al papa Urbano IV, quien se la denegó diciéndole que sólo podría perdonarle si ocurría un milagro: que de su férula brotaran hojas verdes. El milagro ocurrió, pero demasiado tarde: Tannhäuser había emprendido el camino de vuelta a Venusberg y nadie más le volvió a ver. Fue triste situación de Tannhäuser durante su regreso, en desgracia a los ojos de los dioses y de los humanos, perdió la opción de arrepentimiento por volver a sus viejos hábitos.
Fue triste la situación de Tannhäuser durante su regreso, cayo en desgracia a los ojos de los dioses y de los humanos, perdió la opción de arrepentimiento por volver a sus viejos hábitos.
Los psicólogos explican que los hábitos, los malos y los buenos, se forman cuando nuestro cerebro ha aprendido y repetido algo nuevo. Y llega un punto en el que el cerebro se siente “cómodo” con los hábitos y deja de evaluarlos o juzgarlos. Esto nos pasa en temas de comer mal, fumar, etc. y también en temas más subliminales, que afectan muchísimo nuestra espiritualidad. Por ejemplo: la obsesión de la sociedad moderna con la promiscuidad, en todas sus variables. Desafortunadamente esto es cada vez más común, porque se ha hecho parte integral de la sociedad de consumo con la cual interactuamos. Y eso contribuye subliminalmente a que no podamos detectar que ciertas conductas, ajenas o propias, no deben ser toleradas. “El hombre es un animal de costumbres” dijo el famoso escritor inglés Charles Dickens. El hombre moderno cada vez razona menos y se automatiza más. Nos entregamos a lo que a nuestros sentidos les parece placentero, haciendo a un lado todo aquello que nos cuesta esfuerzo. Nuestra voluntad queda totalmente atada a lo que dicta nuestro sistema nervioso, y nos abandonamos a él.
La conciencia dormida
El sacrificio expiatorio no es un “soborno” destinado a “aplacar la ira de Dios” para que Él perdone nuestros pecados. Aquel que piensa de esta manera comete un grave error. Dios no necesita sacrificios, y su conducta es diametralmente opuesta a la de un hombre mortal. Ya que, si bien es probable que un hombre se sienta más obligado a perdonar a alguien que le hizo algo malo si éste le presenta un hermoso regalo embellecido con muchos adornos, claramente esto no es lo que ocurre en el caso de Dios. Él se niega a aceptar una ofrenda adornada con aceite e incienso.
Yom Kipur o dia de la expiación debería ser un día en el cual nos construimos, no un día en el cual nos tiramos hacia abajo con culpa y vergüenza. Debería ser un día de tratar de vencer nuestras malas actitudes, no uno en el cual nos sentimos condenados por todos los errores cometidos. Debemos buscar el acenso y salir de los lugares profundamente grises para poner nuestras vidas de acuerdo a lo que debemos ser.
El libre albedrío
El libre albedrío es la capacidad de los seres humanos de elegir ante cada situación que se nos presenta en la vida. Una buena decisión es aquella que tiene como consecuencia el crecimiento espiritual de la persona, y una mala decisión es la que genera lo contrario. Por lo tanto, nuestra vida se puede graficar como un constante avance y retroceso en nuestro crecimiento espiritual, basado en nuestras constantes decisiones del día.
Si es verdad que los seres humanos tenemos libre albedrío, entonces todo lo anterior tiene sentido, pero ¿qué pasaría si las personas viniésemos a este mundo pre-programados? ¿Si cada una de nuestras “decisiones” no fuese realmente producto de nuestra capacidad de elegir, sino que simplemente fuese una consecuencia de nuestro instinto o el resultado de un algoritmo de decisión previamente implantado en nuestro cerebro?. La existencia no tiene sentido.
Las Escrituras dicen:
Mirad: Hoy pongo ante vosotros la bendición y la maldición: La bendición (ascenso), si escucháis los mandamientos de YHVH vuestro Dios que yo os ordeno hoy.
Y la maldición (descenso), si no escucháis los mandamientos de YHVH vuestro Dios, y os apartáis del camino que yo os ordeno hoy para andar en pos de dioses ajenos que no habéis conocido. (Deuterenomio 11:26 al 28).
Anular el libre albedrío del hombre implicaría destruirlo, puesto que la habilidad de hacer sus propias elecciones no es simplemente una de las facetas del hombre, es su mismísima esencia.
Anular el libre albedrío del hombre implicaría destruirlo.
Como Dios no estaba preparado para destruir al hombre, Él estuvo forzado a transportarlo a un ambiente donde pudiera mantener plenamente su libertad de acción y aún así no ser capaz de comer del Árbol de la Vida.
Así, el libre albedrío del hombre es su esencia humana de acuerdo a la visión de la escrituras. Ser humano es ser libre de llegar a las conclusiones que quieras e implementar tus decisiones. Una restricción en la libertad humana es una negación de la humanidad misma. De hecho, la primera interacción entre el hombre y Dios descrita en la Biblia gira en torno a las recompensas, castigos y las consecuencias de las elecciones en base al libre albedrío. El presente estado de la humanidad y el universo en que ella reside es presentado en la Biblia como el resultado final de la derrota que sufrió el hombre en su primera batalla con la serpiente.
Es a través de nuestro propio acto de elección que fuimos expulsados del Paraíso y fuimos condenados a una existencia mortal. La Biblia enfatiza el hecho de que la mortalidad del hombre y su vida de lucha y tribulaciones fueron producto de su propia elección. No era el tipo de existencia que fue impuesta por Dios en un principio de la creación.
Pero es verdad que podemos eligir por la vida gracias a Jesús como Mesías, el es la expiación de nuestras malas elecciones y la cobertura para la decisiones futuras, como siempre al final de todo cada hombre en su libre albedrio decide el espacio tiempo de su existencia.
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