la mascara del mundo 2

Hace unos días estuve haciendo senderismo con los jóvenes de Betel subiendo a Peñalara en Madrid a mas de 2000 metros de altura recordé un libro muy interesante del Dr. Akiva Tatz titulado la mascara del mundo. La ruta comenzó desde el Pto. de Cotos y escogimos la ruta RP3 que pasaba por el mirador de Gitana, Cedrón, atravesando el Arroyo de la Laguna de Peñalara y llegando hasta la Laguna Grande de Peñalara. Andando y andando descubrimos unos tesoros de la naturalezas increíbles y por supuesto los inmortalizamos con nuestras cámaras, pensar que no hay que salir muy lejos para poder ver la auténtica fauna y que la tenemos en nuestra propia cuidad y a escasos kilómetros. (pincha aquí para ver fotos)

Esto es uun estracto del libro lo podeis comprar en (Libreria Judaica)

El acceso al mundo espiritual.

Sólo podemos obtener acceso al mundo espiritual por medio de la máscara de lo físico. El mundo de la naturaleza oculta lo espiritual. Lo logra aparentando que es autosuficiente, avanzando en forma confiable a lo largo del mismo carril con una previsibilidad reconfortante. La diferencia entre la naturaleza y el milagro es que lo milagroso rompe el patrón esperado.
Sin embargo, intrínsecamente un milagro no es más maravilloso que lo natural. Existe una alusión a esto en la división del Mar Rojo: cuando el pueblo judío lo había cruzado, Dios ordenó a Moisés extender su vara sobre el mar para hacer que las aguas volvieran a su posición original natural. El problema que se plantea aquí es el siguiente: ¿por qué fue necesario un acto para eso? Para dividir el mar, era necesario un acto porque se trataba de un milagro: la naturaleza debía ser puesta a un lado. Sin embargo, una vez que el pueblo judío estaba a salvo y la necesidad del milagro había pasado, la naturaleza debió haberse impuesto automáticamente: hay un principio que estipula que el mundo se resiste a los milagros lo más posible (por razones que serán clarificadas conforme avancemos más en el estudio de este tema). Salir de la normalidad requiere un acto especial, pero ¿por qué también lo precisa el regreso a la normalidad? La respuesta es que la naturaleza es milagrosa no menos que sus raros estados de excepción. Que el mar se manifieste bajo la forma que estamos acostumbrados a observar no es menos la voluntad y manifestación expresas del Creador que la división del mar ocurrida una vez en la historia. La única diferencia es que estamos acostumbrados a una forma mientras que la otra es algo inesperado.

Estamos adormecidos hacia la insensibilidad por la rutina de la naturaleza; damos por supuesto aquello con lo que estamos familiarizados. El vocablo hebreo para designar a la naturaleza es teva, cuya raíz significa “ahogar”. Si el mundo natural de causa y efecto no es estudiado de forma cuidadosa y perceptiva para descubrir sus pistas acerca sus fondos, ahoga la conciencia de lo espiritual. Pero el vocablo teva también es la raíz de la palabra matbea, que designa una moneda que lleva en su superficie una imagen estampada en relieve: el mundo es una imagen estampada de una realidad superior. Si estudiamos el mundo armados con el conocimiento de que éste refleja exactamente su fuente última, podremos percibir de forma consistente y segura los rasgos de esa fuente última. La elección queda enteramente a cargo del observador: podemos mirar el mundo con los ojos cansados de la costumbre y solamente percibir lo mecánico, aquello que ahoga al espíritu, o podemos mirarlo con ojos de asombro y percibir la imagen de una realidad superior.

LA PERCEPCIÓN

Entre aquellos que caminan por el sendero espiritual hay diversos niveles de percepción. Podemos definir cuatro niveles generales de relación con el mundo físico. (Sería una experiencia en humildad intentar identificar el propio nivel personal conforme avanzamos en esta discusión.)
En el primero (y más bajo) de estos cuatro niveles, el individuo se relaciona con el mundo del siguiente modo: está claramente consciente de la existencia de Dios (nótese que estamos hablando ¡del nivel más bajo!). De hecho, rezacon intensidad. Sin embargo, su comprensión del mundo es que éste existe como una entidad separada de Dios. Sin lugar a dudas, Dios creó el mundo y lo controla. Él puede sobrepasar la causa y efecto naturales de las leyes físicas; pero a menos que Él específicamente manipule a la naturaleza, ésta prosigue su propio curso. Cuando este individuo reza, su oración generalmente adopta la forma de “permite que tal cosa ocurra”. Por ejemplo, diría: “Dios mío, necesito estar en cierto lugar a tal hora, y yo sé que muchas cosas pueden impedir que yo llegue allí; después de todo, yo no puedo controlar todas las variables que deben coincidir para que yo esté allí en ese momento. Por lo tanto, Dios mío, por favor permite que ocurra.”

En la mente de este individuo, el mundo funciona siguiendo sus leyes y la mayor parte de los eventos planeados tienen buena probabilidad de que sucedan, sólo que no existe garantía alguna de que este evento específico ocurra, ya que existen todo tipo de cosas que se podrían oponer a ello: mal tiempo, enfermedad, fallas mecánicas en el momento crítico, etc. De hecho, cualquier factor impredecible o incontrolable podría hacer fracasar su plan. Este individuo siente que su objetivo sólo podrá ser alcanzado si Dios “permite que ocurra”, es decir, si Él no lo impide activamente. Lo que este individuorealmente quiere decir en su rezo es: “Dios mío, por favor no te metas.” El mundo natural seguirá su curso previsible siempre y cuando no haya interferencia divina.

El problema con esta visión del mundo es que percibe a Dios como estandofuera de la naturaleza. Por supuesto, manteniéndola bajo control y supremo a ella, pero aun así fuera de ella y separado de ella. Si la naturaleza existe fuera de la existencia de Dios, entonces el principio fundamental de la Unidad Divina que todo lo abarca es deficiente. El individuo que está en este nivel está atrapado en una percepción falsa del mundo: ha aceptado la rutina de la naturaleza como evidencia de que es autosuficiente y sólida. La naturaleza, lateva, lo ha ahogado.
Cuando un individuo que está en este nivel dice “Shemá Israel…”, por lo general entiende que esta declaración de unidad de Dios significa que sólo hay un Ser Divino. Sin duda está en lo correcto, sólo que el Shemá Israel significa mucho más que eso. La idea de Hashem ejad -“el Eterno es Uno” no sólo excluye que haya dos o más; no significa únicamente que no hay otro dios aparte del Eterno; significa que realmente no hay absolutamente nada más. Cuando uno dice la palabra ejad, “Uno”, la idea en la que se debe enfocar esein od milvadó -“no existe nada aparte de Él”. Ni mundo ni naturaleza. De hecho, en la meditación de ese momento incluso la conciencia de la existencia propia se disuelve en la Unidad Divina. Esto podría ser una experiencia tan poderosa y desestabilizante que por ésta y otras razones no prolongamos este pensamiento excesivamente; la mente que no está entrenada para ello podría olvidar regresar al mundo de las obligaciones y la acción. La tarea que se exige aquí es recordar siempre ein od milvadó y, aun así, funcionar enteramente en el mundo.

El segundo nivel es más avanzado. El individuo que ha alcanzado el segundo nivel está completamente consciente de que no hay nada separado de Dios. Cualquier hoja de árbol que cae o cualquier átomo que vibra es una manifestación directa del control de Dios. No hay objeto o fenómeno en el mundo que exista o se mueva de modo independiente. El individuo que perciba al mundo de este modo concibe a la naturaleza como un instrumento en manos del Creador: el instrumento sólo se mueve conforme se mueva la mano, ni más ni menos.
Este nivel sobrepasa con mucho al primero. Sin embargo, surge la pregunta: ¿qué hay de erróneo con esta visión de la naturaleza? ¿Se pondría en duda que la persona cuya conciencia constantemente capte lo natural como algo exclusivamente controlado por el Creador en forma inmediata y directa ha alcanzado un alto nivel de conciencia espiritual?
Sin embargo, aunque la falla aquí es mucho más sutil que en el primer nivel, aun así hay una falla. El problema con esta visión de la naturaleza como si fuera un instrumento en las manos de Dios es el siguiente: un instrumento siempre implica una deficiencia. Siempre se utiliza un instrumento cuando el usuario no puede actuar sin él. Incluso cuando el actuario mismo haya inventado y fabricado el instrumento, sólo lo habrá hecho porque es incapaz de ejecutar la función propia del instrumento sin ayuda externa.

Un par de ejemplos de este principio servirán de ilustración. Hay un instrumento muy simple que algunas personas utilizan cuando toman un baño. Consiste en una esponja adherida al final de una barra cuya longitud es aproximadamente igual a la del brazo humano. Este artefacto es utilizado para lavar la espalda. Cualquier persona que haya utilizado este artefacto estará de acuerdo en que es sumamente efectivo. Sin embargo, lo que hay que comprender aquí es que uno utiliza este objeto solamente porque no puede alcanzar su propia espalda sin él. Nadie utiliza este artefacto para lavarse el vientre. Un instrumento es una extensión del usuario cuando éste no es capaz de lograr algo o funcionar sin él. Esta es una regla fija en la utilización de instrumentos.
Otro ejemplo ilustrará más este principio. Si una persona maneja un negocio (pongamos por ejemplo una tienda), la cual acrecienta su clientela hasta el punto tal que se ve obligada a contratar a un asistente, se demostrará que en este caso opera este mismo principio: el negocio ha crecido hasta el punto tal que uno ya no lo puede manejar solo. Contratar un asistente es un síntoma del hecho de que uno está limitado; si uno pudiera manejarse solo perfectamente bien, el asistente no hubiera sido contratado. De nuevo, vemos que cualquier extensión del ser propio que sea externa a él es un indicio claro de limitación.
Si este principio es cierto con respecto a los instrumentos en general y decimos que la naturaleza es un instrumento en manos del Creador, estamos implicando que de algún modo Él precisa de ese instrumento. Sin duda alguna, si Él fuese capaz de manifestarse según lo desease sin necesidad de instrumento alguno ciertamente lo haría. Si la naturaleza es un instrumento debemos decir entonces que aquello que Dios desea lograr por medio de Su Creación, Él escogió hacerlo por medio de la creación y la manipulación de la naturaleza. Por supuesto, Él es el inventor y el artesano de ese instrumento, pero la pregunta sigue: ¿para qué utilizar un instrumento si Él mismo puede realizar la labor? Así, pues, aunque el individuo que está en este nivel no cae en el error de concebir la naturaleza como algo independiente de Dios, aun así sigue percibiéndola como algo separado de Dios, en el mismo sentido que tiene un instrumento en manos del artesano, con la falla inherente a esta visión.

El tercer nivel pertenece a aquellos cuya percepción de la Unidad que todo lo abarca de Dios es clara. En este nivel no hay distinción entre Dios y Su Creación; el mundo de la naturaleza no es un instrumento o extensión del Creador: es nada menos que Dios mismo manifestándose. Este es el nivel de la conciencia plena de ein od milvadó -“no existe nada aparte de Él”. La percepción de aquel que ha llegado a este plano elevado no tiene ninguna de las deficiencias de los niveles previos; aquí no hay dicotomía entre el Creador y la Creación. En este nivel ningún instrumento es necesario, no existe siquiera instrumento alguno: cualquier hoja de árbol que cae, cualquier átomo que vibra es una manifestación directa del Creador mismo.
La pregunta a la que hay que responder aquí es: ¿cómo entienden la naturaleza las personas que están en este nivel tan exaltado? Después de todo, ven al mundo natural con claridad. Pero si en verdad no existe nada excepto la presencia del Creador que se manifiesta, ¿por qué hay un mundo natural? ¿Por qué hay un mundo aparentemente natural de causa y efecto que ciertamente parece ser independiente y sustentable por sí mismo? ¿Por qué razón construyó el Creador un mundo que da la apariencia de ocultarlo a Él?
La respuesta es precisamente ésa: el mundo está diseñado para ocultarlo a Él. Y la razón más fácilmente comprensible de ello es que lo hizo para dar al ser humano su posesión más importante: su libre albedrío. En un mundo de causas y efectos que aparentan ser independientes, de eventos naturales aparentemente rutinarios y predecibles, uno no está obligado a percibir su origen divino. Por supuesto, por vía de la mecánica misma y los detalles de lo natural uno puede inferir la presencia de una Mano detrás del escenario, pero uno no está obligado a hacerlo. La percepción espiritual sigue siendo un ejercicio voluntario.
Así, pues, el individuo que está en este tercer nivel comprende que la naturaleza es una máscara, una cortina de humo. Sólo existe con el propósito de proveer el libre albedrío que el hombre debe tener para llegar a ser humano, y más aún, con el propósito de asemejarse a su Creador. Y el propósito último de esta cortina de humo es para que el hombre la atraviese y perciba que no es más real que el humo.
Exactamente de este modo la naturaleza funciona como una máscara. Dios “lleva puesta” a la naturaleza como si fuera una máscara; se esconde detrás de ella para darnos la oportunidad de ejercer nuestro libre albedrío. Pero para un tzadik, que percibe a Dios en todo lo que existe, para ese individuo elevado que ya ha penetrado la máscara, Dios se quita la máscara. La naturaleza ya no sirve para ocultar nada de ese individuo, y por eso sus limitaciones son innecesarias.

¿Qué maravillas nos depara el cuarto nivel? ¿Cómo es posible llegar a ser más elevado espiritualmente que los tzadikim de las generaciones precedentes que hemos estudiado? ¿Qué dimensión adicional de percepción espiritual es posible agregar para aquél que es capaz de ver -con seguridad y permanentemente- a través de la cortina de humo?
En realidad, la percepción en el cuarto nivel constituye una profundidad adicional en el tercer nivel mismo. El tzadik que se halla en este sublime y trascendente nivel tiene un problema; quizás el término para definirlo mejor sería que experimenta un cierto sufrimiento. Existe un principio que subyace a toda la Creación que expresa su verdadera naturaleza y propósito: Hakol bará lijvodó -“todo ha sido creado para Su gloria”. Todo lo que hay en la Creación existe con el objeto de manifestar la honra y la gloria de Aquél que la creó. La Creación entera ha sido diseñada para que al final revele la grandeza de lo Divino.
El problema es que la cortina de humo, la máscara de la naturaleza, parece contradecir este principio. En un nivel más profundo, a la postre la máscara de la naturaleza -que proporciona la oportunidad para el ejercicio del libre albedrío del ser humano- será percibida como un elemento destacado en el desenvolvimiento de la revelación divina. Pero ahora, mientras lo Divino permanece oculto tras el mundo de la naturaleza, parece como si la naturaleza trabajase por oposición al principio de que todo debe revelar a lo Divino. Todo lo que existe debe declarar la presencia y la gloria de Dios; una máscara hace exactamente lo opuesto. A pesar de la importancia del libre albedrío del ser humano, la naturaleza impide la revelación abierta y total de lo Divino, que es el propósito último del mundo.
Para el justo que percibe esto, la naturaleza es una creación indescriptible. Que Dios se revele sin estorbos sería algo totalmente comprensible. Pero que Él cree algo que lo oculta, que retiene Su manifestación total e ilimitada, constituye algo extraordinario más allá de toda descripción. La maravilla más grande de todo es el hecho de que siquiera exista un mundo finito y natural.
Cuando ocurre un milagro y el mundo ve claramente Quién es el que está encargado, el justo se siente perfectamente cómodo. Pero cuando la naturaleza se manifiesta y la presencia de Dios permanece oculta, se siente incómodo. Para este individuo santo, ¡los milagros son perfectamente naturales y la naturaleza es completamente milagrosa!

 

 

 



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